Sunday, December 09, 2007

 

UNA HISTORIA CONVENCIONAL

Por las noches cenábamos en una especie de sala de reuniones que estaba en la planta de arriba con Pepe, el Escabeche, Santiago y Juan. Cada uno se llevaba su fiambrera y salíamos a comprar cerveza y vino al Bar Transportes, era el único que había en aquel polígono industrial que, al fin, solo eran unas cuantas naves desperdigadas en un paisaje desolado e inquietante. Esa noche no salió nadie, llovía a cantaros y tuvimos que beber agua del grifo. Era de color blanquecino y sabia a lejía. Pepe, el Escabeche, estaba eufórico y muy parlanchín, contrariamente a su habitual pose silenciosa y taciturna.
-Pues sí tío, lo de mi suegro no tiene remedio, esta el hombre to p’allá. Y mí suegra tampoco es que furrule muy bien, no te creas. Además la mujer lleva un descontrol con la compra que pa qué las prisas.
-¿Qué pasa, compra mucho?
-¿Cómo mucho? Lo compra todo...
-Coño, pues se va a quedar sin un chavo.
-Ya te digo. Si lo mismo paso cuando lo del santo en Roma.
-¿Santo, qué santo?
-Pues uno de esos que esta en el cielo y hace milagros y todo el rollo ese...
-¡Ah! Vale...
-Sí, es que es de la familia sabes, creo que es tío abuelo de mi mujer o algo así. Lo del parentesco no lo tengo muy claro.
-¡Joder! Pues vaya lujo ¿no?
-Bueno... no sé, ¿tú crees?
-Hombre... pues claro. Eso es más que tener un pariente marques o algo de eso. Oye que el tío ese esta con Dios.
-Ya.
-Coño, lo máximo. Ya no se puede llegar más alto.
-Vale, pero a lo que íbamos. Cuando fueron a la beatificación del santo ese, la suegra, se llevó cien paquetes de pañuelos de papel, cien paquetes por persona y día...
-Pero... ¿Y eso para qué? ¿Para qué quería tantos pañuelos?
-Bueno, la mujer hizo sus cálculos. Ella pensó que una ceremonia de ese tipo y en Roma, en el Vaticano, tenía que ser muy emocionante. Claro la gente se emociona empieza a llorar, a sonarse y se gastan un montón de pañuelos.
-Pues si que vamos bien. Oye, ¿y para cuanta gente compró pañuelos?
-Pues no lo sé exactamente. Pero ellos son de un pueblo de Teruel y creo que fue todo el pueblo y, que te voy a contar, ella es muy cumplida, seguro que llevó para todos.
- Que barbaridad...
-Oye... y que estuvieron una semana en Romana.
-Entonces... a cien por persona y día, el pueblo entero y siete días...
-Un camión tío, un camión.
El Escabeche mordisqueó un pepinillo que sacó de un bote de cristal que tenía la etiqueta manchada de aceite, suspiró con la vista perdida en el falso techo de corcho en el que alumbraban unos fluorescentes viejos y ruidosos.
-¿Y cómo se llama el santo ese?
-No estoy muy seguro: Nicomedes, creo -dijo el Escabeche tragándose el resto del pepinillo que todavía permanecía en su boca.
-Bueno pues como hay confianza podemos llamarle Nico ¿no?
-Le podemos llamar como tú quieras, al santo que más le da.
-Y ya de paso, le podemos pedir algún milagro, oye al fin y al cabo somos de los suyos, gente sencilla, de pueblo -le dije al Escabeche mirando, con descaro, las tetas desnudas de una chica rubia y guapa que nos sonreía desde la hoja de un calendario con las puntas arrugadas.
-Tú pide, tú pide, y si te da algo ya me avisaras.
El Escabeche sonrió enseñándome los dientes manchados con ligeras motas verdes de los restos del pepinillo.

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