Monday, March 19, 2007

 

HISTORIAS DE BARCELONA 2

DOS


A Emilia le gustaba que le llamaran Emi, pero la verdad es que a Ricardo el diminutivo no le gustaba nada y procuraba no utilizarlo nunca. Pararon un taxi casi antes de saludarse y, mientras Ricardo le daba la dirección al conductor, Emilia lo besó en la boca con ganas, obligándolo a decir el nombre del hotel a medias y el de la calle interrumpiéndose varias veces mientras la sonrisa, indulgente, del taxista se reflejaba en el espejo retrovisor. El hall no era muy amplio pero era moderno, elegante y olía a nuevo. Emilia se quedó detrás de Ricardo con la vista puesta en el suelo, mientras este solicitaba la habitación y se sonrojo cuando el conserje le preguntó si se quedarían muchos días. Ella no podía evitarlo, a pesar de los meses que hacía que duraba todo aquello, siempre le resultaba embarazoso. Una vez en la habitación se volvió a sentir liberada y fuerte. Arrastró a Ricardo hasta la cama mucho antes de que, a él, le diera tiempo de desvestirse. Todo fue como casi siempre: Satisfactorio.
Emilia estaba abrazada a Ricardo y, este, miraba al techo con sumo interés. Había descubierto una tenue rendija que iba de lado a lado de la impoluta y blanca superficie. Cuando sonó el teléfono móvil ambos se sobresaltaron y separaron sus cuerpos todavía desnudos, todavía sudorosos, todavía adaptados el uno al otro. Emilia se estiró para recoger su bolso que estaba tirado en el suelo, al lado de su maletín Louis Vuittone. Era uno de esos bolsos grandes, de piel negra y suave. Emilia abrió la cremallera que hizo un armónico sonido mientras los dientes metálicos se iban separando. Rebuscó durante varios segundos, que a ella le perecieron minutos, hasta que dio con el aparato. Mientras lo abría para contestar se giró hacia Ricardo y le impuso silencio poniendo el dedo índice sobre sus labios que tenían el carmín absolutamente corrido por el efecto de los besos de él.
-¡Sí, dime!
-...
-¡Ah! Vale, muy bien... A mí también me va mejor, me quedaré en el despacho tengo la mesa llena de trabajó... sí, sí, comeré cualquier cosa...
Adiós, ya nos vemos por la noche... acuérdate que tienes que ir a buscar a mis padres...
-Mejor nos vamos ¿no? -Le dijo Ricardo mientras se levantaba y se ponía su reloj en la muñeca.
-Sí. Era mi marido...
-Eso me ha parecido...
-Me ha dicho que hoy tiene que comer contigo... para hablar sobre el cambio del ascensor...
-Sí, es cierto... hemos quedado.
-Bueno pues en marcha... yo tengo una cita esta mañana; un tío que se quiere separar de su mujer y... ¿Qué hora es?
-Solo son las diez...
-Sí, pero nos vamos ¿no?
-Sí, sí. Yo también tengo trabajo... He quedado con Henry, me ha dicho que tiene una buena idea para el anuncio del coche.
No salieron juntos. Emilia se vistió muy deprisa y se marchó mientras Ricardo se duchaba.
Cuando él salió a la calle ya estaba lloviendo. Era una constante y razonablemente importante cantidad de agua la que estaba cayendo. Ricardo valoró la posibilidad de coger un taxi pero había quedado muy cerca de donde estaba y se atrevió a ir caminando pegado a las paredes, solo protegiéndose por los intermitentes balcones de la calle Consejo de Ciento. Entró en un bar que se llamaba Ría de Mera que, a aquella hora, estaba vacío.
-Muy buenas señor ¿cómo te encuentras? -Le dijo el camarero que estaba detrás de la barra y que lucia una enorme y desproporcionada barriga.
-Muy bien, he quedado aquí con Henry.
-Sí, ya lo sé. Ha estado aquí a primera hora y me lo ha dicho.
-Bueno pues mientras lo espero... hazme un bocadillo de jamón y ponme una cerveza -le dijo Ricardo entrando en el comedor y sacándose el abrigo que estaba bastante mojado.
Cuando llegó Henry, Ricardo ya tomaba café. Henry vestía, como siempre, con esa extraña pulcritud que fuera cual fuese la circunstancia él siempre estaba absolutamente correcto. Hoy llevaba un discreto traje azul, una camisa de cuadros rojos y, en el bolsillo superior de la chaqueta, un suave pañuelo de color crema; el mismo color que la gabardina que ahora dejaba encima del respaldo de la silla que estaba enfrente de Ricardo.
-¿Que tal?
-Pues muy bien... esperando que pasen estas cochinas fiestas.
-¿No te gusta la Navidad? -Dijo Henry abriendo los ojos con un gesto de incredulidad.
-Pues no, la verdad. Me repatea ese espíritu de bondad que nos invade y el rollo de la familia y...
Hablaron durante un rato sobre ese tema y Henry intento convencerlo de lo buenas que son las Navidades pero sin ningún éxito.
-Bueno Henry ¿y tu idea? Para finales de Enero el anuncio tiene que estar gravado y llevamos muchas semanas atascados.
-¡Ah! Es una historia real y me parece que la podemos utilizar, si la limpiamos de la parte dramática. La cosa es la siguiente: El once de septiembre del año 2001, un tipo que vive en Manhattan sale de su casa por la mañana temprano para ir a su despacho en el World Trade Center es, como tú sabes, el día de los atentados. Su mujer le prepara café mientras ve como sus hijos desayunan cereales sentados en la mesa de la cocina. El tipo se bebe el café y se va... a trabajar. Su mujer se marcha a hacer deporte, a correr por Central Park y cuando vuelve enciende la televisión y ve lo que está pasando en las torres. Ella se pone a llorar mientras busca un teléfono para llamar a su marido, lo llama a su móvil y él le contesta después de varios segundos que a ella le parecen eternos. La mujer le pregunta como está y el marido le responde que muy bien, que trabajando mucho. Ella entonces le pregunta ¿qué donde? Y él le contesta que en su despacho, naturalmente. La mujer le explica lo que está pasando y que su despacho ya no existe y todo el rollo... El marido le dice que ahora mismo va para casa y que ya le explicará... Lo que había pasado es que él se había ido al apartamento de su amante se había metido en la cama con ella y no se había enterado de nada.
-Oye pues no está mal la historia -dijo Ricardo que había estado escuchando a Henry muy atentamente- solo tenemos sacarle la parte del drama y situarlo en otras circunstancias, introducir el coche como elemento primordial y puede valer ¿creo?
-Pues yo también lo creo... la historia es buena.
-Sí, sí, muy buena.
-La tía se separó de su marido dos meses después; ya ves, ella no valoró lo positivo de lo sucedido.
-Pues no, la vida es así Henry...
-Aunque yo que quieres que te diga... También ir a acostarse con tu amante a primera hora de la mañana, vamos después del café con leche, manda narices.
Ricardo enrojeció ligeramente tosió y cambio de conversación.

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