Monday, December 25, 2006

 

HISTORIAS DE BARCELONA

UNO

Era muy temprano, tan solo las nueve de la mañana, todavía no, faltaban algunos minutos. Ricardo miraba la escena con las manos en los bolsillos y las solapas del abrigo levantadas protegiéndose la cara del frío intenso que le atravesaba el cuerpo. Cuando los vio aparecer no estaba muy seguro de que fueran reales, de hecho al principio giró la cabeza con el intento, inconsciente, de no verlos, quizás de no creerlo. Pero la realidad es persistente y muy tozuda y allí estaban. Él era bastante joven, quizás veinte o veintidós años. Vestía de negro con una capa que arrastraba por la acera del carrer Ample, recogiendo, entre sus pliegues, algunos de los detritus que se acumulaban en los adoquines, bastante deteriorados, de la calle. Era extremadamente delgado y en su rostro, absolutamente maquillado de blanco, se le marcaban todos los huesos de la cara. Los labios estaban pintados de rojo intenso, el pelo largo y mojado se le pegaba a la nuca y en sus puntas se congelaban las gotas de agua que le resbalaban desde el centro de la cabeza. Arrastraba un roñoso ataúd de tablas madera muy delgadas, ayudándose de unas pequeñas ruedas que chirriaban desagradablemente rompiendo el silencio de aquella calle tranquila y adormecida. Ya no había ninguna duda, estaba muy claro quien se escondía debajo de aquella capa negra y grasienta:
-El conde Drácula -murmuro Ricardo entre dientes.
Al famosísimo Conde lo acompañaba una mujercilla de aspecto insignificante que caminaba a su lado con el pelo entrecano recogido en la nuca con una goma, tan tirante que daba la sensación que le arrancaría su cabello ralo y trinchado de un momento a otro. Sujetaba, con fuerza, una monedero raído en su mano derecha y caminaba al lado de Drácula enfundada en unos calcetines negros de lana y subida encima de unos tacones altos y estrechos.
-Eres un sinvergüenza, un borracho... si es que así no vamos a ninguna parte... te gastas todos los dineros que nos dan en vicios. ¡Ay señor ten un hijo para esto! -decía la mujer mientras le iba arreando cachetes en la chorreante nuca del señor Conde.
-Que no, mamá, que no, si todo te lo entrego a ti...
-Que me vas a dar, que me vas a dar; sí hasta tendrás alguna querida... pero como yo me entere, eso si que no te lo consiento ¡eh!
La pareja pasó por el lado de Ricardo sin fijarse para nada en su presencia y él recordó que había visto, al Conde, haciendo de estatua humana en la Ramblas mientras la madre, con su monedero en la mano, pasaba el “plato” (era una ataúd pequeño forrado de terciopelo purpúreo) entre la gente que se arremolinaba para ver al gran Conde Drácula dentro de su sarcófago.
Ricardo pensó que quizás hoy, veinticuatro de diciembre, sería mejor otro tipo de disfraz.
-Tal vez de Papá Noel... o de niño Jesús y Virgen María -Ricardo se rió de su propia ocurrencia.Camino detrás de ellos hasta llegar a la Vía Layetana. Se paró al lado del edificio de correos y vio cómo la pareja se perdía entre los callejones del barrio de la Ribera y cómo Emilia se acercaba a él con su falso maletín de Louis Vuittone en la mano y su mejor sonrisa en los labios.

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